Estudiando los reflejos, Pávlov los dividió en dos grandes grupos:
1) Los reflejos innatos. Son reflejos que ya están formados en el ser desde el nacimiento. El mejor ejemplo es el reflejo innato de succión. Casi enseguida de nacer, si excitamos la mucosa de los labios del bebé, éste chupa. Es decir: la excitación de la mucosa de los labios llega hasta el sistema nervioso e inmediatamente éste ordena la contracción de aquellos músculos de la cara que hacen la succión y el bebé chupa. Hay una serie de reflejos ya formados en el recién nacido que le permiten enfrentar las primeras etapas de la vida. Pero el hombre no podría vivir solamente con los reflejos innatos. La vida, a medida que nos desarrollamos se va haciendo más y más compleja, más difícil. El hombre, y también los animales, tienen la facultad de formar nuevos reflejos a los que Pávlov llamó:
2) Reflejos adquiridos o reflejos condicionados. ¿Qué son los reflejos condicionados? Pongamos én primer término un ejemplo que nos va a facilitar la comprensión de este concepto.
Pávlov realizaba la siguiente experiencia: por medio de una operación sacaba hacia afuera el canal de excreción de la glándula salivar, que normalmente desemboca en la boca, de manera que la saliva salía al exterior y podía ser recogida y medida. Si a este perro así preparado se le daba de comer, inmediatamente la saliva empezaba a escurrir por el orificio exterior. Este es un reflejo innato: el reflejo salivar. Pero si cada vez que se le daba comida al perro, se prendía primeramente una luz, y si esta experiencia se repetía durante un tiempo (luz—comida, luz-acomida), llegaba un momento en que bastaba prender la luz solamente, sin dar el alimento, para que se produjera la secreción de la saliva. ¿Qué sucedía?
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