La palabra

Tanto en el hombre como en los animales es posible formar reflejos condicionados con los excitantes externos o internos. Pero en el hombre se pueden formar reflejos condicionados con otro excitante que le es propio; la palabra, en cualquiera de sus formas: oral, escrita o gráfica.

Pongamos primero un ejemplo: a un perro le forman un reflejo salivar al ruido de la campana. A un hombre le formamos también un reflejo al mismo ruido: un ejemplo, prender una luz cada vez que suena la campana. Una vez que los dos reflejos están bien establecidos, en lugar de hacer sonar la campana, pronunciamos la palabra compana o mostramos una campana, sin hacerla sonar. En el perro no se produce la secreción salivar; en cambio el hombre enciende la luz en cualquiera de las dos circunstancias. ¿Por qué? Porque en el hombre la palabra campana, el dibujo de la campana, o el ruido producido por la misma están asociados: uno de ellos sustituye al otro. Esta relación de objeto a nombre se ha desarrollado con el aprendizaje del lenguaje. Es por otra parte un reflejo condicionado. Al niño, cuando se le enseña a hablar, se le muestra el objeto y se le dice el nombre, hasta que lo asocia. Es decir: la palabra representa en este caso, objetos reales, algo que existe. Pero también a través de la palabra, podemos trasmitir cualidades, características de los objetos. Por ejemplo: en la escuela, para enseñar los colores se asocia el objeto al color: colorado como la brasa —azul como el cielo— amarillo como el sol.

Basta luego la imagen del objeto o su nombre para sugerir el color que queremos. Podemos de la misma manera trasmitir cualquier tipo de cualidad. Por ejemplo: podemos formar un reflejo condicionado en el hombre a la palabra bestia salvaje. Una vez establecido éste, pronunciamos la palabra león o le mostramos el dibujo de un león y el reflejo también se produce.

En todos estos casos la palabra sustituye cosas reales, existentes. La palabra puede sustituir también excitantes internos, es decir, los que parten de nuestros órganos internos y transformarse en un excitante condicionado.

Así, a través de la palabra, vamos formando reflejos condicionados nuevos. La educación no es en suma sino la adquisición de nuevos reflejos condicionados. Cuando el maestro en la escuela repite a los niños: "Cuando entra el maestro en la clase hay que hacer silencio, poner las manos sobre la mesa y estar atentos, porque empieza la clase", está creando un reflejo condicionado a su presencia en la sala de clase. Y así, cada vez que el maestro entra a la clase, todos hacen silencio, etc. Si cada vez que suena el timbre de la puerta de calle la madre indica al niño pequeño que vaya a ver quién es, al cabo de cierto tiempo el niño abandonará sus juegos y correrá a la puerta cada vez que suena el timbre. Es decir, se le ha creado un reflejo condicionado al timbre de la puerta.

Pero la palabra es capaz de trasmitir no sólo cosas reales, objetivas. Por la palabra podemos trasmitir también sentimientos, sensaciones. Ustedes lo saben bien. El relato que nos hagan sobre cosas trágicas o alegres es capaz de hacernos llorar o reír; la lectura lo mismo; un orador en la tribuna es capaz de transformar a la multitud, exaltándola hasta la lucha o aplastándola hasta convertirla en una masa pacífica o indiferente. Muchas de ustedes saben cómo a través de las comedias que se trasmiten por la radio o la TV, son capaces de experimentar las mismas sensaciones que si estuvieran participando del espectáculo. Es decir, que por medio de la palabra se puede trasmitir la alegría o la tristeza, la ira o la calma. Bien; el dolor es una sensación y por lo tanto también puede ser trasmitido.

Veamos la siguiente experiencia: alrededor del antebrazo se coloca un tubo serpentina por donde puede pasar agua. Las modificaciones que se producen en el pulso o de otro tipo son registradas en un tambor giratorio

— se hace pasar agua a 60 grados que normalmente produce una sensación de quemadura, anunciándose el paso del agua por el sonar de una campana o el encendido de una luz. Al cabo de varios días de repetir la experiencia, se hace sonar la campana o se enciende la luz, sin hacer pasar la corriente de agua caliente, y lo mismo se registran modificaciones del antebrazo en el tambor (pulso, etc.), como si el agua hubiese pasado;

— si en lugar de encender la luz o de hacer sonar la campana, simplemente decimos: "pasa el agua caliente", cuando hacemos pasar el agua, al cabo de varios días de repetir la experiencia, solamente al decir "pasa el agua caliente" sin que ésta pase en realidad, se registran en el tambor las modificaciones anteriores aunque el agua no pasa; las sensaciones dolor osas se perciben igualmente.

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